Foro HABLA: Psicoeducación en la primera infancia
El Foro HABLA Psicoeducación en la primera infancia contó con la participación de Ana María Serrano, directora del Proyecto DEI; Emiliana Rodríguez-Morales, fundadora de Made for Joy y directora en México de Global Dignity; y Marcela Silveyra, especialista en educación del Banco Mundial y abordamos la importancia de hacer de la educación emocional un eje transversal del proceso de aprendizaje.
La educación emocional es una semilla que debe sembrarse desde los primeros años de vida. Con esta convicción como punto de partida, el foro organizado por HABLA sobre psicoeducación en la primera infancia reunió a tres voces expertas que, desde distintas perspectivas, convergen en una idea esencial: si queremos transformar la educación, debemos comenzar por cuidar el corazón de la infancia.
El evento se llevó a cabo el 31 de marzo en la Universidad Panamericana, con la participación de Ana María Serrano, directora del Proyecto DEI; Emiliana Rodríguez-Morales, fundadora de Made for Joy y directora en México de Global Dignity; y Marcela Silveyra, especialista en educación del Banco Mundial. La conversación fue guiada por Alejandra Carmona, Co CEO de Grupo Educación.
Más allá de las letras y los números: educar en lo emocional
Durante décadas, el desarrollo cognitivo fue el gran protagonista de las políticas educativas y del discurso pedagógico. Sin embargo, los hallazgos de la neurociencia, la psicología del desarrollo y las ciencias del comportamiento han demostrado que el bienestar emocional no solo potencia el aprendizaje, sino que lo hace posible y por esto resulta necesario brindar a los niños más pequeños herramientas con las cuales puedan conocerse a sí mismos, sentirse seguros y empezar ese camino por el aprendizaje que nos acompaña a lo largo de toda la vida.
“Cuando un niño se siente seguro, amado y visto, puede aprender cualquier cosa”, explicó Ana María Serrano, directora del Proyecto DEL, una iniciativa que impulsa el desarrollo de habilidades socioemocionales desde la educación inicial. Serrano subrayó que no se trata de una moda educativa ni de un ‘extra’ al currículo, sino de una necesidad urgente: “Hoy sabemos que el cerebro aprende mejor cuando hay emociones positivas. Y que las experiencias tempranas, sobre todo las interacciones con adultos sensibles y presentes, tienen un impacto determinante en el desarrollo del niño”.
Serrano compartió casos concretos del trabajo del Proyecto DEL en comunidades educativas de todo el país, donde docentes y cuidadores aprenden herramientas para acompañar emocionalmente a niñas y niños desde el nacimiento. “A veces confundimos educar con controlar. Pero acompañar no es imponer ni castigar, es ofrecer un espacio donde el niño pueda nombrar lo que siente, comprender lo que le pasa y aprender a regularse con la ayuda del adulto”.
Romper la cadena de la pobreza emocional
Para Marcela Silveyra, del Banco Mundial, el desafío es aún mayor si consideramos las condiciones estructurales que viven millones de niñas y niños en México. “Seis de cada diez niños en nuestro país viven en situación de pobreza. Esa desigualdad de origen se traduce en una brecha emocional que muchas veces se arrastra toda la vida”.
Silveyra enfatizó que invertir en la primera infancia no es un gasto, sino la mejor inversión que un país puede hacer. “Cada peso invertido en el desarrollo temprano tiene un retorno enorme en términos de salud, educación, productividad y cohesión social. Pero además tiene un valor ético: estamos hablando del derecho de cada niño a desarrollar su máximo potencial”.
Desde su experiencia en organismos internacionales, alertó sobre la tendencia de priorizar programas de recuperación de aprendizajes o intervenciones tardías: “Hay que actuar antes. Si esperamos a que aparezcan los problemas, ya llegamos tarde. La psicoeducación no es solo prevención, es construcción de bienestar desde la raíz”.
Cultivar la dignidad desde la infancia
Emiliana Rodríguez-Morales, quien con una formaión en física ha dedicado su carrera a la promoción del bienestar en contextos educativos, planteó una idea provocadora: “No podemos seguir educando desde el miedo o la obediencia ciega. La dignidad debe ser el eje de cualquier relación educativa, desde el kínder hasta la universidad”.
Rodríguez-Morales explicó que, para cultivar esa dignidad, es indispensable enseñar a niñas y niños a conocerse, a escucharse y a nombrar sus emociones. “El autoconocimiento es el primer paso para la empatía. Y la empatía, la llave de la convivencia”.
En este sentido, propuso incorporar la educación socioemocional como un eje transversal del currículo, con indicadores claros y formación docente continua. “Necesitamos que los maestros y las familias tengan las herramientas para acompañar emocionalmente a los niños. Porque nadie puede enseñar lo que no ha aprendido. El bienestar no se improvisa”.
También habló del papel del juego, el arte y el movimiento como lenguajes naturales de la infancia: “Un niño que juega no solo se divierte: explora, imagina, resuelve conflictos, se expresa. Si queremos una educación transformadora, necesitamos reconectar con el poder del juego como experiencia emocional y de aprendizaje”.
Un nuevo pacto educativo: con más ternura, menos prisa
A lo largo del foro, las ponentes coincidieron en que transformar la educación requiere mucho más que reformas técnicas o cambios legislativos. Requiere una nueva narrativa cultural, una que reconozca a la infancia no como un futuro por construir, sino como una etapa valiosa por sí misma.
“A veces queremos que los niños corran antes de aprender a caminar. Exigimos resultados, evaluaciones, disciplinas, sin mirar si están emocionalmente disponibles para aprender”, dijo Serrano. “Necesitamos más ternura y menos prisa. Más escucha y menos control. Más humanidad en cada aula, en cada casa, en cada espacio donde haya un niño”.
El foro cerró con una invitación a pensar colectivamente cómo construir entornos educativos más amables, seguros y emocionalmente nutritivos. Porque, como recordaron las panelistas, educar el corazón desde la primera infancia no es un lujo ni una utopía: es un acto urgente de justicia, de esperanza y de amor.