Clima y energía: estrategias clave para una transición sostenible desde las instituciones educativas
La transición energética desde el ámbito educativo es una declaración ética. Al reducir emisiones, transformar sus instalaciones y educar con el ejemplo, las instituciones contribuyen no solo a mitigar el cambio climático, sino también a formar generaciones comprometidas con un futuro más justo, limpio y sostenible.

La crisis climática representa uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. Las olas de calor extremo, los incendios forestales, la disminución de la capa de nieve y la intensificación de fenómenos meteorológicos no solo afectan al medio ambiente, sino también a la salud y la seguridad de las comunidades, especialmente las más vulnerables. Ante este panorama, las instituciones educativas tienen la oportunidad —y la responsabilidad— de liderar con el ejemplo en la transición hacia modelos energéticos sostenibles y resilientes.
A partir de las acciones emprendidas por una universidad pública en California, se pueden extraer aprendizajes útiles para otras instituciones interesadas en transformar su infraestructura energética y reducir su huella de carbono.
Uno de los ejes fundamentales es disminuir la intensidad del uso de energía en los edificios, es decir, lograr que el consumo energético por metro cuadrado sea cada vez menor. Esto se puede lograr mediante sistemas de automatización, retrocomisionamiento de instalaciones antiguas, modernización de laboratorios y oficinas, y el reemplazo de iluminación tradicional por tecnología LED. Además de reducir emisiones, estas medidas mejoran la eficiencia operativa y alargan la vida útil de los edificios.
Otro punto clave es avanzar hacia la neutralidad climática, comenzando por las emisiones directas (como el uso de gas en calefacción) y las indirectas (por consumo de electricidad). En este camino, es crucial reemplazar el uso de gas natural por biogás en la medida de lo posible, e invertir en la adquisición de electricidad proveniente de fuentes limpias, tanto en sitio (paneles solares en el campus) como fuera del campus mediante acuerdos con proveedores de energía renovable.
Además, se recomienda crear una ruta clara hacia la descarbonización, es decir, hacia un sistema energético libre de emisiones netas. Esto no solo implica reducir el consumo actual, sino también reestructurar la infraestructura para que sea compatible con energías renovables, nuevas tecnologías de almacenamiento y movilidad eléctrica.
La implementación de redes eléctricas inteligentes también cobra protagonismo. Estas redes permiten una comunicación bidireccional entre usuarios e infraestructura eléctrica, facilitando el uso eficiente de la energía, la integración de fuentes renovables, y la carga inteligente de vehículos eléctricos. A través de sistemas de monitoreo y respuesta automatizada, se puede gestionar mejor la demanda y evitar pérdidas en la transmisión.
Para alcanzar estos objetivos, es fundamental acompañar las acciones técnicas con programas educativos y de concientización, tanto para estudiantes como para el personal docente y administrativo. La formación sobre eficiencia energética, huella de carbono y justicia climática debe integrarse en los programas académicos y en las prácticas cotidianas del campus.
Por último, hay que tener presente que los efectos del cambio climático no se distribuyen de manera equitativa. Por ello, todas las acciones climáticas deben incorporar el principio de justicia climática, priorizando soluciones que también atiendan las desigualdades sociales y económicas.