Cómo impulsar la sostenibilidad desde las instituciones educativas: aprendizajes y estrategias clave
La sostenibilidad ya no es una opción para las instituciones educativas: es una responsabilidad ineludible. Formar ciudadanos capaces de enfrentar los desafíos del presente exige mucho más que transmitir conocimientos; implica enseñar a vivir en equilibrio con el planeta y con los demás. Las escuelas y universidades tienen en sus manos la oportunidad —y el deber— de convertirse en ejemplos vivos de cómo construir un futuro más justo, saludable y resiliente.

Cada vez más, la sostenibilidad se posiciona como una prioridad para las instituciones educativas que buscan formar no solo estudiantes informados, sino ciudadanos responsables capaces de enfrentar los desafíos del presente sin comprometer el futuro. Lejos de ser un concepto abstracto, la sostenibilidad implica acciones concretas que integran salud ambiental, equidad social y responsabilidad económica. A partir del trabajo desarrollado por una universidad pública de referencia en Estados Unidos, compartimos aquí algunas recomendaciones clave que pueden adaptarse a otros contextos educativos.
El primer paso para una institución que quiere adoptar un enfoque sostenible es reconocer la interdependencia entre el bienestar humano y el entorno natural. La degradación ambiental, impulsada por la urbanización, el crecimiento poblacional y la industrialización, tiene consecuencias directas en la salud física y mental de las personas. Por ello, las escuelas y universidades están en una posición estratégica para fomentar soluciones que aborden simultáneamente los retos ambientales y sociales.
Uno de los pilares más efectivos es usar el propio campus como laboratorio viviente, es decir, un espacio para experimentar con políticas, tecnologías y modelos que promuevan prácticas sostenibles. Esto puede incluir desde estrategias de eficiencia energética y reducción de residuos, hasta la implementación de jardines comunitarios con manejo orgánico o iniciativas de alimentación saludable dentro de los servicios escolares.
Asimismo, resulta crucial elevar la conciencia ambiental dentro de la comunidad educativa. Esto implica no solo incorporar la sostenibilidad en los planes de estudio, especialmente en áreas relacionadas con salud, ciencias sociales y economía, sino también promover campañas de comunicación constantes, crear redes de estudiantes y docentes comprometidos, e incluir contenidos ambientales en plataformas institucionales.
Las instituciones pueden ir más allá si adoptan una gestión responsable de sus cadenas de suministro, evitando materiales que contengan tóxicos acumulativos o generen contaminación persistente. Esta revisión ética y ambiental de las compras institucionales permite reducir el impacto sobre comunidades vulnerables y fortalecer el compromiso social de la institución.
Además, repensar el uso del espacio y el paisaje del campus puede ser una forma tangible de reforzar la conexión entre las personas y la naturaleza. Activar zonas verdes, respetar la biodiversidad local y diseñar entornos que fomenten la movilidad activa (como caminar o andar en bicicleta) también contribuyen al bienestar integral.
Finalmente, es fundamental involucrar a la comunidad local y establecer alianzas con organizaciones de salud, autoridades ambientales y colectivos ciudadanos. La sostenibilidad, entendida desde una perspectiva educativa, no se limita a lo que ocurre en las aulas, sino que se extiende al territorio, al vecindario y a las políticas públicas que se pueden co-construir desde la escuela o universidad.
Adoptar este enfoque no requiere grandes inversiones iniciales, sino voluntad institucional, trabajo colaborativo y una visión a largo plazo. Con pequeñas acciones sostenidas en el tiempo, las instituciones educativas pueden convertirse en ejemplos vivos de cómo construir un futuro más justo, saludable y resiliente. El cambio comienza sembrando conciencia y cultivando compromisos que trascienden generaciones.