28% de las mujeres jóvenes mexicanas no estudian y no tienen un trabajo remunerado
Según datos de La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), miles de jóvenes enfrentan barreras para acceder a la educación y al empleo, una realidad que afecta de manera desproporcionada a las mujeres.
Según datos recientes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), 28.1 % de las mujeres mexicanas entre 20 y 24 años de edad no estudian y tampoco tienen un trabajo remunerado. La proporción en hombres es solo del 7.7%
En comparación con otros países de la región, la proporción de México es menor respecto a Colombia, en este país 34.7% de mujeres y 15.4% de hombres están en esta misma situación. En Brasil la proporción es de 28.9 %y 16.3% respectivamente y en Chile, 20.9% de las adultas jóvenes, y 15.5% de hombres.
En México, si se compara entre la región rural y la región urbana, en las ciudades 24.4% de las mujeres no estudian ni reciben ingresos por un trabajo, mientras que en las zonas rurales el porcentaje es de 41.2%, en la población masculina la proporción es 8.3% en las ciudades y 5.3% en el campo.
Del total de las mujeres que no estudian ni tienen un trabajo remunerado 24.9% se dedican a labores que tienen que ver con el cuidado del hogar y sólo 1.3% de los hombres se dedican a estas actividades.

Según la académica Carla Pederzini, de la Universidad Iberoamericana, las personas jóvenes que no estudian ni trabajan conforman un grupo diverso con características heterogéneas. Este grupo incluye a quienes se dedican al trabajo doméstico, otras personas que realizan labores de cuidado de familiares o terceros, aquellas que se encuentran en búsqueda activa de empleo, y también quienes enfrentan algún tipo de discapacidad que les dificulta participar en actividades educativas o laborales.
Pederzini subraya que la falta de acceso a espacios educativos y oportunidades laborales para esta población es un problema estructural que tiene implicaciones profundas. En un contexto como el actual, donde muchos países aún cuentan con un bono demográfico —es decir, una proporción elevada de personas en edad productiva—, no atender estas necesidades representa un desperdicio de potencial humano y un riesgo para el desarrollo económico y social.
El acceso a una educación de calidad es una de las claves para que los jóvenes puedan a su vez tener acceso a un trabajo digno, la ausencia de políticas públicas que aseguren este derecho no sólo perpetúa las desigualdades, sino que también limita las oportunidades para que los jóvenes puedan construir un proyecto de vida estable. Además, las labores no remuneradas, como el trabajo doméstico y de cuidados, suelen recaer de manera desproporcionada en las mujeres jóvenes, profundizando las brechas de género y privándolas de la posibilidad de acceder a una vida económica independiente.
Si se ignoran estas realidades, las consecuencias pueden ser graves: aumento de la exclusión social, perpetuación de la pobreza intergeneracional y la pérdida de una generación que podría ser clave para impulsar la innovación, la productividad y el bienestar colectivo.