Seis claves para usar datos que realmente mejoren el aprendizaje
Usados correctamente, los datos permiten a los docentes visualizar objetivos claros, diseñar estrategias para alcanzarlos y verificar su progreso, alimentando así la motivación y la mejora continua.
En la educación, tomar decisiones con base en datos puede marcar la diferencia entre estancarse o avanzar hacia una mejora real en el aprendizaje y el bienestar de los estudiantes. Para lograrlo, no basta con compartir resultados negativos a fin de curso. Es necesario un cambio profundo en cómo se entienden, seleccionan y aplican los datos dentro de las escuelas.
Primero, es importante destacar que los datos deben utilizarse para fomentar la esperanza. Según estudios de la Universidad de Kansas, la esperanza se compone de tres elementos: tener una meta, identificar caminos para alcanzarla y creer que es posible lograrlo.
Una segunda recomendación es vincular los datos con el aprendizaje profesional. Para que los datos realmente guíen la mejora docente, es esencial que se integren en ciclos de formación que ayuden a identificar necesidades, aplicar estrategias y ajustar prácticas. Programas como el Ciclo de Impacto, que combina reflexión y acompañamiento por parte de coaches, han demostrado ser útiles para avanzar en esta dirección.

En tercer lugar, los docentes deben tener la autonomía de elegir qué datos recopilan. Esto no solo respeta su criterio profesional, sino que reconoce que cada aula es única. Los profesores conocen mejor que nadie a sus estudiantes y su contexto, y deben participar activamente en el diseño de sus metas y la forma de medir el progreso.
Cuarto, los datos deben ser objetivos. La diferencia entre decir “tus alumnos no parecían interesados” y decir “5 de 27 estudiantes respondieron preguntas abiertas” es enorme. Los datos objetivos eliminan interpretaciones personales y permiten conversaciones claras y útiles sobre lo que realmente ocurre en el aula.
Además, los datos deben ser confiables y comprendidos por todos los involucrados. Esto significa que deben producir resultados consistentes y tener significados compartidos entre docentes y coaches. Una forma útil de lograrlo es establecer ejemplos concretos y no ejemplos de lo que se quiere observar.
Por último, los datos deben ser válidos, es decir, deben medir lo que realmente se quiere evaluar. No todos los indicadores son útiles para todos los fines. A veces, comprender lo que piensan los estudiantes requiere métodos distintos a los tradicionales, como la autoevaluación o el uso de rúbricas.
Cuando los datos se utilizan de manera estratégica, humana y profesional, pueden convertirse en aliados poderosos para mejorar la educación. Se trata de dejar atrás el enfoque punitivo y avanzar hacia una cultura de mejora guiada por información clara, contextualizada y significativa.