Ponte en sus zapatos: comprende lo que viven tus estudiantes

Ponernos en los zapatos de las y los estudiantes no es solo un ejercicio de empatía: es una herramienta poderosa para mejorar la experiencia en el aula. Cambiar de perspectiva permite ver lo que normalmente se da por hecho y hacer ajustes que marcan una gran diferencia en el aprendizaje.
Una de las formas más efectivas de iniciar este proceso es usar el llamado sombrero de estudiante. Consiste en observar el aula, las tareas y las evaluaciones desde la mirada de quienes las reciben. Esto comienza con una pregunta simple: “¿Cómo es realmente ser estudiante en mi clase?”. La respuesta, aunque compleja, puede ofrecer pistas valiosas.
Una estrategia concreta es evaluar el ambiente físico del aula. Tomar un video del espacio y observarlo como si fuera la primera vez ayuda a identificar si el salón es acogedor, funcional o si hay detalles que generan incomodidad o distracción. También es útil sentarse en distintos lugares del aula, como el asiento de un estudiante ausente, para evaluar visibilidad, movilidad y acceso al contenido. Marcar los espacios visitados durante una clase puede ayudar a asegurar que se está llegando a todos los estudiantes por igual.
Otra dimensión importante es analizar tareas y evaluaciones desde la perspectiva del estudiante. ¿Cuál es el propósito de esta actividad? ¿Requiere demasiados pasos para acceder en línea? ¿Pueden completarla con las herramientas disponibles? Al responder estas preguntas, es posible simplificar instrucciones, ajustar el uso de plataformas tecnológicas o incluso crear guías sencillas de solución de problemas. Probar la rúbrica con trabajos de ejemplo también permite detectar dificultades y garantizar evaluaciones claras.
La tecnología puede ser tanto un puente como una barrera. Por eso, realizar las actividades usando un dispositivo como el del estudiante ayuda a descubrir problemas invisibles para el docente. Incluso puede ser útil probar cómo responde la inteligencia artificial a las tareas para anticipar un posible uso superficial y rediseñar las instrucciones de forma que promuevan pensamiento crítico.
Finalmente, escuchar a los estudiantes y actuar con base en sus comentarios genera confianza y motiva el aprendizaje. Compartir también nuestras experiencias como docentes humaniza la relación y crea un aula más conectada.
Ponerse en la piel de los estudiantes es más que una técnica: es una forma de enseñanza consciente y empática. Al mirar el aula con nuevos ojos, creamos espacios más justos, accesibles y significativos para todos.