¿Y si enseñamos con errores? Antimodelos para aprender mejor
Los antimodelos —ejemplos de lo que no se debe hacer— pueden convertirse en una poderosa herramienta pedagógica. Mostrar caminos equivocados puede ayudar a los estudiantes a comprender mejor los correctos.
No todos los caminos para enseñar conducen al mismo destino. Aunque muchos docentes siguen métodos tradicionales, a veces es necesario repensar el enfoque para capturar la atención del alumnado. En un mundo donde el exceso de información compite por segundos de concentración, transformar el error en herramienta pedagógica puede ser una estrategia poderosa. Una de las formas más efectivas de hacerlo es a través de los antimodelos: ejemplos de lo que no se debe hacer.
Este enfoque parte de una idea simple pero profunda: mostrar caminos equivocados puede ayudar a los estudiantes a comprender mejor los correctos. Al invertir la lógica convencional y pedirles que generen errores intencionales —una introducción aburrida, una solución matemática confusa o un experimento científico mal diseñado— se fomenta la reflexión crítica, se revelan fallos comunes y se fortalecen las buenas prácticas.
Las estrategias son tan diversas como las asignaturas. En clases de lenguaje, los estudiantes pueden redactar discursos intencionalmente planos y luego rehacerlos con mayor expresividad. En matemáticas, diseñan problemas con errores comunes y se los intercambian para detectarlos y corregirlos. En historia, crean argumentos débiles llenos de falacias para luego reformularlos con evidencia más sólida. Incluso la procrastinación se aborda satíricamente: guías cómicas sobre cómo fracasar en la tarea abren la puerta a reflexiones sobre la motivación y la autorregulación.
El uso de antimodelos también permite integrar herramientas digitales, como la inteligencia artificial, para generar ejemplos que los estudiantes deben corregir o mejorar. Estas actividades funcionan como anclas para iniciar una clase, detectar errores frecuentes y fomentar el trabajo colaborativo y metacognitivo.
Eso sí, hay condiciones importantes: no se deben exponer antimodelos en espacios permanentes (como murales), para evitar reforzar el mensaje equivocado. Deben usarse con moderación y siempre deben ir acompañados de ejemplos positivos claros, para que el aprendizaje no quede solo en lo que no se debe hacer.
En un entorno educativo donde muchas veces se teme al error, los antimodelos ofrecen una alternativa liberadora: equivocarse puede ser una oportunidad para aprender mejor. Más aún, este enfoque beneficia especialmente a los estudiantes que enfrentan mayores dificultades, dándoles un espacio lúdico y menos intimidante para explorar el conocimiento.
Enseñar desde el error no es rendirse al fracaso, sino convertirlo en parte esencial del aprendizaje. A fin de cuentas, al reconocer lo que no funciona, abrimos la puerta a entender mejor lo que sí. Y esa es una lección que vale la pena enseñar.